UN RELATO CON PROPUESTA FINAL - Coaching Azul
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UN RELATO CON PROPUESTA FINAL

UN RELATO CON PROPUESTA FINAL

20:54 24 febrero in blog
1 Comment

 

En el post del mes pasado decía que en procesos de autoconocimiento y desarrollo profesional, los facilitadores a veces, utilizamos  cuentos, RELATOS CORTOS Y METÁFORAS. Son herramientas que invitan a la persona con la que estamos trabajando a que reflexione sobre una determinada situación o cuestión que le interesa y también para que encuentre información propia, pero extra, dentro de sí. Digo extra, porque es una información con la que antes no contaba. Y no contaba con ella, porque no la podía considerar en sus procesos de cognición y emocionales habituales y repetitivos.

Como ya dediqué un post a la metáfora, en esta ocasión comenzaré a escribir un relato.

Se compone de CINCO capítulos que publicará a razón de uno por mes.

Están conectados y forman un todo, así que resulta imprescindible la lectura de los cinco por el orden sucesivo de su publicación.

Además  propondré un ejercicio al final que aporta valor a la lectura y al lector.

El relato se titula “CUATRO SUEÑOS”

 

“En el sueño, al fin me despierto y observo  poderosos danzarines.

Están en mi reino y son cuatro”

 

 

CAPITULO 1  

TODO CAMBIA

Antes de que yo la conociese, Fátima solía ensimismarse observando a la gente e intuyendo cómo serían sus vidas. Desde hacía algún tiempo no solía acertar con las historias que suponía para las personas con las que se cruzaba. Su pálpito estaba  ciego por la niebla del ruido mental que tanto nos desorienta y nos parapeta detrás de lo que hay, de lo que es.  Recordaba que en su niñez, jugar a la adivinación de los pensamientos y sentimientos de los mayores y de otros niños, le producía un delicioso regocijo interno. Como adulta se había perdido por los senderos engañosos de  la inveraz moralina heredada de sus mayores y de su propia interpretación de las cosas, casi siempre negativa.   El momento de esta transición no lo recordaba. Abrigaba  la sensación de que con siete u ocho años, había sentido miedo y frío en su salida forzosa del  cálido y protector útero familiar. Desde ese momento tendía a  pintar la vida con colores amargos.

Fátima Kabir Laredo tenía ahora cuarenta y dos años y  el accidente que tuvo el uno de Julio de dos mil tres, funcionó como un fogonazo capaz de encender las antorchas que señalarían el sendero de su propia claridad, para comenzar a vivir de otra manera.

La mañana de aquel día comenzó con una espesísima humedad que la tormenta nocturna dejó al irse. Aquella neblina no consiguió aletargar a Fátima más tiempo de la cuenta en la cama, así que se levantó para enfundarse el bañador. Quería ir hasta al mar. Al ser su último día de vacaciones, pretendía agotarlo con todo lo que le gustaba hacer y que la mayoría de los días no se permitía por trabajo, volumen de trabajo, maldito trabajo, ritmo de trabajo y más trabajo, dolor de cabeza, dolores varios, malestar, la compra, la casa, la dieta, el gimnasio, la maldita dieta…

Fátima trabajaba como jueza de instrucción en Gijón. Su trabajo era la manifestación de lo que más duramente hacía consigo misma: juzgarse, culparse, exigirse. Su compulsión racional y emocional balanceaba entre dos polos, sin medias tintas. No veía o no quería ver las tonalidades intermedias de las posibilidades infinitas de su identidad más auténtica que tenía enterrada bajo varias capas como las cebollas.  Un extremo era su papel de autoridad vengadora que limpia la mugre de la faz de la tierra, el otro, su voz de víctima inconsolable que no soporta la maldad de este mundo. No daba oportunidad a las sorpresas, a los giros imprevistos que pueden traer la alegría, la visión positiva de las cosas,  la fuerza que nos anima y que nos habita.  Esa nada que es donde reside tanto  poder.

Fátima no podía seguir con este movimiento pendular tan aburrido y tan separado de la vitalidad. Así que, esta vez el chapuzón en el mar fue diferente, porque al sumergirse impulsándose como un delfín, se golpeó bruscamente contra el fondo que creyó erróneamente más distante.  El agua, que estaba muy turbia, propició  el trompazo. El chapuzón a las bravas  le abrió la cabeza.

 

Cuando releo  esta frase, pienso que su sentido tiene connotaciones más halagüeñas que las que yo era capaz de ver entonces. En aquel momento y desde un punto de vista médico, su estado tras el golpetazo era de profunda inconsciencia. Gracias a la rápida reacción de un salvamento de la playa, Fátima no se ahogó y con la respiración todavía en el cuerpo, arribó en el servicio de urgencias del Hospital de Cabueñes de Gijón, donde el esfuerzo de los facultativos fue generoso para conseguir estabilizarla.

No obstante, tras una lucha de varias horas por traerla desde su enfermo sueño a la consciencia, no se obtuvo el éxito deseado y quedó ingresada en la unidad de cuidados intensivos. Su estancia allí se prolongó durante más de dos meses.

Toda esa espera provocó el desaliento de los que vivían a su alrededor que tanto deseaban verla despierta.   Así que su hermana Amanda decidió ingresarla en un sanatorio pequeño que se destacaba por un trato médico más familiar que el del macro-hospital de Gijón.

 

Fátima nació en esta ciudad abierta al mar y eternamente custodiada por las montañas que como imponentes gigantes observan la verde tierra asturiana en toda su expansión. Desde los veintiocho años había residido en diversos lugares de España. Celebraba cada  traslado , pues lo consideraba  una mejora en su trabajo y también  una oportunidad para reiniciar una vida nueva que la llenase más. Comenzar desde lo desconocido del lugar donde te acoge es como renacer, pero a medida que pasaban los días, las creencias de Fátima pesaban como un lápida y ella volvía a su ataúd mental incapaz de ver fuera de esa caja. En realidad el lugar donde resurgir era lo de menos, pero ella aún no lo sabía.

Vivía sola, lamentándose de su soledad que no deseaba. Emocionalmente se veía como una tarada incapaz de conectar con alguien para formar  una pareja, un hogar. O era demasiado exigente, o se protegía contra su propio miedo, cuando saltaban las alarmas de la atracción.  Resultaba difícil, por no decir imposible , que Fátima participase en los juegos de dos almas intimando. Las amistades que iba cosechando, le parecían anodinas y poco estimulantes, así que las frecuentaba poco.

Los padres de Fátima ya no vivían. Habían muerto juntos mientras se bajaban unas botellas de güisqui en el camarote del barco que los llevaba por el Nilo en un crucero de placer. El barco se hundió por un atentado terrorista en la noche del veintinueve de Abril de dos mil uno.

<<Al menos estaban colocados>> –dijo su hermana Amanda cuando supo de la tragedia, pero Fátima no pudo decir nada. Se quedó muda de dolor y desde entonces buscó refugio en los antidepresivos que la ayudaron a asumir aquellas ausencias.  No conseguía encontrar respuestas para el motivo de esas muertes. Tampoco para el lugar ni para el momento en que se produjeron.

Su padre era argelino de nacimiento, aunque llegó a sentirse más asturiano que otra cosa. Había vivido en Gijón desde los veintiocho años hasta su muerte, con setenta y seis. Vino a esta ciudad cargado de juventud y de ilusiones para ejercer su profesión de médico en Santa Fe, en donde llegó a ser el médico gerente durante diez años. Fue también aquí donde se topó con la que sería la madre de sus dos hijas, Claudia Laredo.

Con Claudia formó un hogar fuera de lo común, porque ella siempre se había creído muy bohemia. Arropada desde pequeña por un ambiente amable y por unos padres generosos y apoyadores, Claudia creció despreocupadamente  alegre. Sentía la vida como un lienzo en blanco donde crear dibujos originales, fascinantes. Ella sólo podía ver belleza, así que su existencia fue realmente genial. Sumergida en el trance de la pintura, se olvidaba hasta de sus hijas, pero las amaba como amaba a su esposo. Él que la arrebataba con su cuerpo y con su alma.

Amanda sentía que tener a su hermana ingresada en Santa Fe era como tenerla aún bajo el cuidado de su padre, que de sus progenitores, era el que realmente se había dedicado al cuidado de las niñas, aparte de su dedicación al pequeño sanatorio.

Fátima llegó al sanatorio Santa Fe en la mañana del cinco de septiembre de este año que corre dos mil tres. Aquí trabajo desde hace siete años. Está situado muy cerca del embravecido mar Cantábrico que en sus días de calma, es aún más fascinante.  Fue precisamente en estas aguas encrespadas, donde ella se rompió la crisma.

El edificio que es antiguo aunque recientemente restaurado, convive íntimamente con un bello jardín muy cuidado que además está protegido por misteriosos árboles altos y centenarios.

Aunque mis ingresos son muy inferiores a los que percibía en la sanidad pública, no dudé un momento para decidirme por este lugar, porque sabía que mi calidad de vida sería infinitamente mejor.   Así ha sido y así es.  Aquí trabajo para vivir y allí mi vida era principalmente trabajo. Decidí que no quería seguir así y estoy satisfecho con mi decisión que otros no comprenden.

Soy el psiquiatra del centro y me ocupo de los enfermos de esta especialidad que acuden a consultas externas. En Santa Fe no hay ingresos de psiquiatría, pero asisto también a los hospitalizados que lo están por otras patologías. Además atiendo a los familiares de los pacientes que solicitan apoyo psicológico para afrontar los efectos que producen en ellos la enfermedad de sus seres queridos.

Con cincuenta años cumplidos, creo que he encontrado mi espacio profesional en este lugar en el que predomina la serenidad, a pesar del alboroto cotidiano de la lucha ansiosa de los profesionales contra la enfermedad y la muerte. La enfermedad es el verdadero problema y creo que esa es nuestra misión, encontrar el mensaje de la enfermedad para ayudar al paciente a encontrar el camino, pero a la muerte la entendemos mal. La muerte y la vida son las caras de la misma moneda. Así que luchar contra la muerte es absurdo. La muerte llega cuando toca, como la vida.

 

Fátima, al estar en coma, no era una de mis enfermas, pero este tipo de patologías son un profundo misterio para mí y yo quería desentrañar el misterio de esa mujer que no me podía ofrecer ni sus palabras ni sus acciones. Me faltaba lo necesario para examinar su psique, pero no me importaba, me sentía  fuertemente atraído por ella y  quería ayudarla. Ya buscaría la forma de hacerlo.

El día de su ingreso me vino a la mente la imagen de un autillo quemándose vivo. Aunque la escena resultaba desagradable por la agonía y la angustia del animal entre las llamas, asocié al  pajarillo con Fátima, pero también con el Ave Fénix y sentí cierta alegría. Pronto descubriría que Fátima iba a mostrarme algo más que los caminos de su mente. Si la ayudaba a ella, yo también me ayudaba.

(continuará)

UNA PROPUESTA.

En un momento de calma, de tranquilidad y de sosiego, siéntate y escribe. Es preferible que lo hagas sintiendo, como dice FERNANDO ARAMBURU, “…la vinculación física de aquello con lo que escribes…” es decir, con un bolígrafo, pluma o rotulador; y como él mismo añade “…como si los componentes del texto fluyeran por los vasos sanguíneos desde el cerebro hasta los dedos de la mano, antes de pasar al utensilio, y de éste, en una deleitosa continuidad al papel. La experiencia táctil del texto y la letra personal se pierden cuando el medio de escritura es un teclado…”

Escríbete una carta. Es una carta íntima que te diriges a ti mismo, a ti misma. Escribe todo lo que necesites escribir, no te limites a un espacio. Escribe contestando a las preguntas que propongo. Cuando la tengas terminada, reenvíatela a tu domicilio por servicio de correos. Ábrela y léela. Puede ser el comienzo de tu diario  de introspección, de desahogo, de aclarar ideas, de evolución, de observación,  de sabiduría o simplemente de desembrollar los líos que nos montamos en la cabeza…

 

                       1.- ¿Qué se está resquebrajando ahora mismo en tu vida?

(Fátima se resquebrajó la cabeza…ya veremos qué le ha pasado y qué vendrá de este accidente).

                       2.-¿Esto que se está rompiendo en ti o en tu entorno te produce dolor?

                       3.- Si te produce dolor , ¿es solo dolor o tiene también un fondo de satisfacción por el cambio y la expectativa de lo que pueda venir a pesar de la incertidumbre?

                       4.- Si hay ese fondo de satisfacción, defínela contestando a estas pregunta: ¿a qué necesidades personales responde esa sensación de satisfacción?

 

© Marta Antuña, 2019.

 

 

 

 

1Comment
  • Laulau 20:19h, 25 febrero Responder

    Me ha enganchado este primer capítulo… con ganas de leer lo siguiente…¡gracias!

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